El techo de cristal
Os propongo hoy un tema que suscita polémica incluso entre nosotras, porque en función de las vivencias y de la experiencia de cada una, solemos tener una opinión diferente.
Y me gustaría abrir un diálogo honesto en el que mostrar
nuestras opiniones sin pretender convencer a nadie ni provocar calurosas
discusiones. Aprovecho para pediros disculpas por el incidente que tuvo lugar
en nuestro canal de Facebook el sábado por la tarde, por una publicación que
compartimos y que abrió la ‘Caja de Pandora’ con un enfrentamiento político que
nada tiene que ver con nuestra filosofía. Debido a las descalificaciones que se
comenzaron a publicar por parte de algunas seguidoras, decidimos eliminarla del
canal.
Pero vuelvo al tema del post de hoy, para plantearos mi
opinión. Las mujeres de nuestro país -y de todo el mundo., llevamos muchos años
peleando por conseguir que se reconozcan unos derechos, tanto en el plano
social como en el laboral, que el género masculino ha tenido a lo largo de la
historia por el sólo hecho de nacer con una patita menos en uno de sus
cromosomas. Pero como el pasado no se puede cambiar, lo que no podemos hacer
ahora es retroceder en los logros alcanzados, pero sin radicalizarnos ni
pretender ser mejores que nadie, simplemente iguales.
Interesante esta palabra: ‘iguales’. Porque, ¿queremos de
verdad ser iguales? Posiblemente mi respuesta a esta pregunta ha cambiado según
he ido cumpliendo años. Yo no quiero ser igual que un hombre, lo que sí quiero
es tener las mismas oportunidades y el mismo reconocimiento en igualdad de
condiciones.
En nuestra etapa de estudiantes soñábamos con un trabajo
ideal, donde pudiéramos volcar toda nuestra energía e ilusión, con compañeros y
compañeras, reuniones, viajes, una nómina a la altura de nuestras expectativas.
Obviamente hablo desde mi ámbito profesional, que siempre ha sido el mundo de
la comunicación. Pero os imagino a todas con vuestros sueños, porque si
estudiamos una carrera o nos especializamos en un oficio concreto, fue para
ganarnos la vida con él de la mejor manera posible: abogadas, médicos,
ingenieras, arquitectas, periodistas, diseñadoras gráficas, esteticistas,
peluqueras, economistas, escritoras, asesoras inmobiliarias, contables,
secretarias, traductoras, maestras…
Pero con lo que no contábamos es que el papel que hasta hace
un par de décadas ocupábamos en nuestra sociedad lo dejábamos vacío. Me refiero
al de cuidadoras de nuestras familias, de nuestros mayores y de nuestros
pequeños, y por eso somos la generación que ha visto como sus abuelos y sus
padres eran cuidados en centros de mayores o residencias, y sus hijos en
guarderías desde que cumplían los 4 mesecitos, y a veces, incluso antes.
Y comenzamos a hablar de la ‘conciliación’, algo
imprescindible, porque si todas nosotras hubiéramos decidido no tener hijos
para dedicarnos sólo a nuestras carreras profesionales, el mundo se acabaría en
pocas generaciones… y digo pocas, porque siempre quedarían algunas mujeres que
decidieran mantener la ‘tradición’ y vivir la experiencia que supone cuidar de
la familia.
Pero es que a fecha de hoy, y a pesar de todo lo que hemos
peleado, la conciliación real, no existe. O al menos así lo veo yo. Es verdad
que conozco parejas que se reparten bastante equitativamente el cuidado de sus
hijos, pero la realidad es que son una minoría. En la mayor parte de los casos,
es la mujer la que pide reducción de jornada para poder conciliar la vida
laboral y familiar, la que pide permiso cuando un peque se pone malito, la que
se encarga de organizar lo que comen o no comen cada día, la que acude a las
reuniones del colegio… Cada vez se ve a más padres, pero la mayoría, siguen
siendo mujeres.
Y no hay opción. Incluso si tienes la suerte de tener una
pareja a la altura de las circunstancias y de contar con la ayuda de los
abuelos o de alguna persona en casa que colabore con todas estas tareas, la
logística en un porcentaje alto de ocasiones recae en manos femeninas.
Y aún así, hay mujeres, entre las que me incluyo, que
consiguen mantener su actividad profesional, si no a un 100%, sí a un 90%, y la
fuerza que da vivir en plenitud, compensa con creces esa pequeña diferencia.
Porque nuestros días pasan a tener 26 horas, dormimos menos, pero más profundamente
por el cansancio acumulado, nos reímos de nosotras mismas cuando no llegamos a
todas partes a la vez, lloramos también de frustración porque nos gustaría
hacerlo todo mejor, pero seguimos adelante, y con nosotras, los que nos rodean.
Por eso, me niego a aceptar las barreras y los techos de
cristal. Es verdad que durante unos años, las mujeres que decidimos ser madres
tenemos una vida caótica que puede afectar en alguna medida a nuestro trabajo.
Pero la vida laboral de una persona es muy larga, y cada día más, por lo que
cuando se tienen los conocimientos, la experiencia y la actitud adecuada para
retomar tu profesión, no puede haber límites. No nos los merecemos.
Tengo una amiga maravillosa que aunque ha alcanzado su edad
de jubilación se niega a quedarse en casa y sigue ideando proyectos sumamente
interesantes, y para mí es el ejemplo perfecto del éxito a la hora romper
techos de cristal. Nació en Alemania, pero desde muy joven se enamoró de
nuestro país y aquí ha disfrutado su vida. Con una formación de primer nivel,
llegó a ocupar puestos importantes muy joven en el sector industrial,
especialmente poco acostumbrado a ver mujeres en puestos directivos allá por
los inicios de los años 80.
Pero se enamoró y se casó, y pronto llegaron sus hijos.
Apostó por disfrutar su maternidad, y durante unos años se trasladaron a vivir
a Galicia para criar a sus peques lejos del entorno urbano. Pero a la vez que
sus hijos iban creciendo, se dio cuenta de que su matrimonio no le aportaba
todo lo que ella esperaba, y para salir de esa situación, decidió volver al
mundo laboral para tener la independencia económica que le permitiera iniciar
una nueva etapa con sus hijos, incluyendo su traslado a Madrid. Es verdad que
tuvo suerte, pero la suerte te debe encontrar siempre trabajando. Consiguió
recuperar la reputación que había logrado en sus años jóvenes, estudió, se puso
al día, y hasta su jubilación ocupó la dirección general en España de una de
las multinacionales inglesas más importantes del mundo. Y aún así, su mejor logro
ha sido el reconocimiento y el apoyo de su equipo durante y después de su paso
por esta compañía. Todo gracias a su actitud y a su entusiasmo. Y yo tuve la
suerte de verlo de cerca, porque trabajamos juntas unos años.
Tengo una gran confianza en el futuro. Este no es un caso
aislado y hay muchas otras mujeres que han conseguido y conseguiremos
demostrarle al mundo que tenemos mucho que sumar.
Nos falta ocupar puestos de responsabilidad en las
instituciones que deciden sobre el bienestar de las personas, pero llegaremos
ahí. Seguro.
Gracias por estar ahí.
Un abrazo!



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