10 años sin fumar
Parece que fue ayer, pero el próximo 2 de junio hará 10 años que me fumé mi último cigarrillo. Lo comparto con vosotras porque es una de las cosas que he hecho en mi vida de la que me siento más orgullosa. Y voy a contaros cómo fue mi proceso para conseguirlo, por si alguna de vosotras está pensando dejar de fumar. Con mi método conseguí convencer a alguna amiga… espero que ahora os sirva a muchas más.
Comenzaré diciendo que a mí me encantaba fumar. Disfrutaba
con el primer cigarrillo con el café de la mañana y seguía fumando todo el día,
porque en nuestra época se fumaba en todas partes: en la oficina, en los
autobuses, en la parte trasera de los aviones, en la sala de espera del médico…
¡qué tiempos! En esto si hemos mejorado mucho.
No empecé demasiado pronto, debió de ser en la Universidad,
salvo esos cigarrillos compartidos con las amigas en alguna tarde de verano…
Pero lo cogí con ganas, y especialmente los días que se alargaban con las cañas
después del trabajo, o las salidas de los fines de semana a la discoteca a
bailar, llegaban a ser hasta casi 2 paquetes. Me horroriza pensarlo ahora.
Sin embargo, siempre tuve claro que cuando me planteara ser
madre, dejaría de fumar. Y así lo hice. El fin de año de 2000, unos meses
después de conocer al amor de mi vida –no fue el primero, pero sí el definitivo
-, tras las campanadas que nos llevaron al siglo XXI lo dejé. Y efectivamente, un
año más tarde llegaba a mi vida mi pequeño Alex para hacerme la mujer más feliz
del mundo.
Durante unos años me mantuve firme en mi propósito de no
volver a fumar, pero después de mi segundo embarazo y cuando me reincorporé del
todo a la vida profesional, comencé a tontear con lo que llamamos “cigarrillos
sociales”. ¡Qué mala decisión! Ya os he dicho que a mí me encantaba fumar y por
ese motivo, era carne de cañón para volver a ser la fumadora empedernida que fui
en mi más tierna juventud.
Me hubiera encantado haberme conformado con uno o dos
cigarrillos al día, o fumar los fines de semana, cuando quedas con amigos o en
eventos especiales. Pero para mí era peor, me pasaba el día entero pensando
cuándo fumarme ese cigarrillo diario… casi, casi, hasta la obsesión. Y lo peor
de todo es que me fumaba alguno tratando de ocultárselo a mi marido. Si habéis
pensado en hacer esto alguna vez, os garantizo que no funciona y si vuestras
parejas no dicen nada, es porque no quieren haceros sentir culpables, pero si
no son fumadores, os garantizo que se enteran, por muchos caramelos o chicles
que te comas después.
Pasé varios años así, en guerra conmigo misma, porque sabía
que debía dejarlo, pero no estaba convencida. Y eso es lo primero que debéis
asumir para conseguir dejar de fumar: una firme convicción. Esto es más
complicado cuando no tienes ningún problema respiratorio, como era mi caso, que
ni siquiera tenía la típica tosecilla por las mañanas… pero quería que mi hogar
estuviera libre de humo.
Así llegó 2010, y con él, la Primera Comunión de Alex –sí,
soy muy tradicional-. ¿Y qué diréis que me pidió de regalo? Efectivamente, ‘mami,
por favor, yo lo que quiero es que dejes de fumar’.
Os prometo que no daba crédito. ¿Cómo podía mi hijo pedirme
algo así? Y lo peor de todo, ¿sería capaz de lograrlo?
Esa fue mi motivación. Merecía la pena intentarlo. Y no sé
si os acordaréis, pero no pude elegir un momento peor, porque ese verano, la
Selección Española de Fútbol ganó la primer Eurocopa de la historia, y como es
obvio, no hacíamos otra cosa que reunirnos con otros papás y amigos para ver
los partidos y celebrar cada victoria. Entre cervecita y cervecita, pensé que
mi ‘vigilante’, ese que me ayuda a mantenerme firme, me iba a abandonar en
cualquier momento.
Los primeros días fueron los peores, pero nos fuimos fuera a
pasar el puente que coincidió con el principio de junio, y la verdad es que
estuve entretenida, lo suficiente como para superarlo. Después, cada mañana me
levantaba y pensaba para mí misma: un día más sin fumar. Tenía un riesgo
añadido y es que por aquella época, teletrabajaba desde casa –para conciliar,
ya sabéis-, mira, como ahora, y por tanto, nadie sabía si fumaba o no. Pero
recordaba lo que me había pasado hacía un tiempo, cuando trataba de engañar a
mi marido y decidí que no merecía la pena. Os diré que me sentía triste, a
veces, me daba hasta miedo quedar con gente, especialmente si eran fumadores,
porque me temía que en cualquier momento volvería a caer.
Recuerdo especialmente una noche que salimos con amigos a las
fiestas de un pueblo de la sierra madrileña. Era el mes de septiembre, ya habían
pasado tres meses desde mi último cigarrillo, pero ese día sabía que iba a ser
muy duro. Mientras me arreglaba frente al espejo me decía a mí misma: hoy vas a
caer. Y de hecho, fue una noche difícil. A eso de las dos de la mañana, con la
orquesta tocando a toda máquina, una marcha increíble, alguna copita…
¡necesitaba un cigarrillo! Pero en lugar de encendérmelo, le pedí a mi mejor
amiga –fumadora todavía a fecha de hoy-, que se lo fumara por mí y que me
echara a la cara todo el humo. Imaginaos
la escena… pero aquello fue suficiente, y me dio fuerzas para seguir adelante.
Tuve la suerte de que a la vez que yo dejaron de fumar
varios amigos y conocidos de mi entorno, por lo que nos apoyábamos los unos a
los otros. Pero muchas veces pensaba que quizá era más feliz cuando fumaba.
Recurrí a mis propios trucos. Cuando de repente echaba de
menos el tabaco, imaginaba que me encendía un cigarrillo. Con los ojos
cerrados, hacía toda la parafernalia de abrir la cajetilla, coger el mechero,
encenderlo, aspirar la primera calada… y así durante unos minutos, imaginando
que era realidad. Fijaos cómo me recreo en contar esto… Y también os digo que
aún hoy, a veces sueño que fumo. ¡Cómo es la mente!
Pero esa ansiedad se pasa, dura un tiempo, pero pasa. Logré
no sustituir el tabaco por ninguna otra ‘adicción’, tipo frutos secos,
gominolas o similares, porque lo que más miedo me daba eran los kilos que todo
el mundo dice que se ganan. Y obviamente gané alguno, pero conseguí bajarlos.
Ayudó bastante tener dos hijos pequeños… os lo podéis imaginar!
Ahora, 10 años después, estoy muy contenta de haberlo
conseguido. No sé lo que pasará en el futuro, pero a fecha de hoy ni me apetece
volver a fumar ni creo que lo haga, aunque ya sabéis el refrán, ‘nunca digas
nunca jamás’.
Espero que os sirva de ayuda. Un abrazo, amigas.
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